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CONCEJALES, ¡VALE LA PENA! 

LOS AYUNTAMIENTOS SON EL LUGAR DONDE SE LIBRAN LAS PRINCIPALES LUCHAS GLOBALES, AL TIEMPO QUE SE ARREGLA LA BALDOSA EN LA QUE YA HA TROPEZADO DOS VECES ESA VECINA DE 78 AÑOS. 

Las pasadas elecciones han traído una nueva generación al panorama político municipal de la Región de Murcia. Decenas de nuevos concejales se han incorporado por primera vez a los ayuntamientos y, llenos de entusiasmo, asumen el desafío de representar a sus vecinos y trabajar por el bienestar de sus pueblos y ciudades. 

Es tiempo de ilusión y nervio. Saben que han asumido una gran responsabilidad, pero es posible que no terminen de entender su alcance. Es esa sensación que se produce cuando uno entra por primera vez al colegio, con 4 o 5 años, y las puertas y techos se ven enormes. Hasta que la cotidianeidad hace su trabajo y uno se acostumbra, vivimos esa impresión inicial por la que todo se ve más grande y uno se hace pequeño. 

Los nuevos concejales enseguida experimentarán los comentarios jocosos o mordaces de conocidos o familiares, quienes les felicitarán mencionando el ‘futuro lucrativo’ que les espera en la política o lo bien que van a vivir a partir de ahora. Es la sombra de aquellos políticos (siempre son demasiados), que no han estado a la altura de sus cargos y que han empañado la labor de la gran mayoría con su codicia o soberbia. Será como estrenar una camisa que se encuentra manchada. 

Y no está mal experimentar esta sensación agridulce desde el primer día, porque es un preludio de lo que será la vida del concejal durante los próximos cuatro años. Y es que trabajar en la política local requiere, ante todo, mucha fuerza y resistencia (resiliencia dirían los modernos) y un gran motor interior, impulsado por el hecho de ser conscientes de que nuestra actuación es relevante y puede mejorar de forma directa la vida de muchas personas. 

Me fascina la política municipal. Los ayuntamientos son el lugar donde conviven de forma permanente el futuro y el presente. Lo ordinario y lo extraordinario. Es la primera línea de batalla donde se libran las principales luchas globales y donde se arregla la baldosa en la que ya ha tropezado dos veces esa vecina de 78 años. 

Y, dentro del engranaje de los ayuntamientos, siento profunda admiración por los concejales, con quienes he estado trabajando codo con codo durante una década. Como en cualquier grupo humano, puedes encontrar personas de todo tipo. Pero en líneas generales puedo decir que los concejales son mujeres y hombres normales, como tú y como yo, que unas semanas antes se encontraban trabajando en empresas, en la universidad, en la administración pública… y, de repente, cada uno por unos motivos diferentes, ven su nombre inscrito en una papeleta. 

Cada concejal tiene su forma de ser y gestionar, con sus virtudes y defectos. Son más o menos eficientes, comunican mejor o peor y unos nos caerán bien y otros mal. Tendrán aciertos y cometerán errores. Pues eso, como tú y como yo.  

Pero mi admiración no procede tanto de su brillantez (ni más ni menos que la que hay en cualquier lugar de nuestra sociedad), como del afán de servicio público que he podido comprobar en la inmensa mayoría de concejales que he conocido. Sé que suena a tópico, pero el sentido de la responsabilidad, el compromiso con sus vecinos y las ganas de liderar sus pueblos y ciudades es una realidad que lleva a los concejales a realizar grandes renuncias y sacrificios. Y lo primero a lo que renuncia un concejal es a lo más valioso que tiene: el tiempo. 

La exigencia del cargo público tiene como primera consecuencia quitarle tiempo, normalmente de más, a la familia y amigos, que tendrán que acostumbrarse a verle llegar por la noche y a no poder planificar un fin de semana porque siempre hay “actos que atender”.  

Concejales que tienen hipotecado su tiempo libre porque tienen que representar a su Ayuntamiento en un acto social, con una peña huertana, con la asociación de vecinos, el centro de mayores o en un evento cultural.  

Personas que están pegadas al teléfono móvil porque todas las llamadas son urgentes, y que viven sometidos al ritmo implacable de la actualidad, a las críticas de la oposición y al escrutinio continuo de los ciudadanos. 

A pesar de todo, la recompensa de poder mejorar la vida de nuestros vecinos de forma tan directa es lo que inclina la balanza a su favor. Porque cada euro bien invertido, cada acción que se realiza, sea grande o pequeña, puede generar un impacto positivo en la vida de muchas personas. Y esa sensación es impagable. 

Así que, concejales, concejalas, no lo dudéis: ¡vale la pena! Adelante, con ilusión, a por estos cuatro años. A dedicaros a ayudar a vuestras vecinas y vecinos, a mejorar vuestros pueblos y ciudades, a actuar con responsabilidad y a dignificar el trabajo para el que habéis sido elegidos.  

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